domingo, 1 de agosto de 2010

“Soy el hijo no reconocido de una noche de amor entre Diego Rivera y Andy Warhol”


(Ésta es una nota que hice sobre la obra del fotógrafo santafesino Marcos López y que fue publicada en Diagonales)

Definir a Marcos López es, como ocurre con algunos pocos y certeros casos, hablar de su obra. Uno y otra contienen diferentes capas de pintura que se van descubriendo; uno y otra contienen capas y capas de historias. Un plano y otro plano y otro. López es una voz más cerca de lo agudo que de lo grave, frases extensas y perfectamente hilvanadas y, de golpe, silencios, miradas. Una mirada fija que da lugar al misterio. Una frase que denota la sensibilidad con que piensa cada una de sus fotografías. Después, la ironía y el humor con que Marcos López decidió en algún momento de su vida hacerle frente al dolor evitando lagrimear “por miedo de llorar hasta morir”, como define en los textos que enmarcan la poética de su última muestra, Vuelo de cabotaje. La muestra fue inaugurada en Santa Fe, pasa por La Plata y sigue viaje a Mendoza, Neuquén, Córdoba. Es un conjunto de fotografías que hablan de la “textura emocional” de sus viajes por el interior de la Argentina y de América Latina y su mestizaje que, para López, puede estar no sólo en el Machu Pichu, sino en “las discotecas de Avellaneda y en los hoteles alojamiento de la salida de La Plata”.

A menudo dice que se tendió a darle más importancia a lo que provenía de Europa que a lo latinoamericano. ¿Esto sigue siendo así?

A mí me gusta acá. El paisaje urbano de Avellaneda, Quilmes. Mis locaciones son los avaderos de autos de la periferia de Buenos Aires. El otro día me invitaron a hacer una visita guiada a la Fundación Proa con motivo de la muestra de la escuela fotográfica de Frankfurt, con obras de Jeff Wall y todos los grandes nombres, y yo dije que las chancletas gastadas, las ojotas hawaianas descoloridas de una camarera de un bar de ruta en la provincia de Entre Ríos me emocionaba más que toda la Escuela de Frankfurt junta. Yo hice un remake latinoamericano de clásicos del arte universal, como La lección de anatomía, de Rembrandt, para de algún modo asumir la relación de los países centrales con los periféricos. Mi obra Sireno del Río de La Plata (2002) es una mala copia de La Sirenita del puerto de Copenhague. En eso radica la fuerza de mi fotografía.

Cuando hace mención a La lección…, López se refiere a su fotografía Autopsia (Buenos Aires, 2005), “una autopsia clandestina”, del reflejo de un país que no pudo ser. Es al mismo tiempo, una cita a la imagen de la muerte del Che Guevara. También puede verse un homenaje a las dos Fridas en su fotografía Hospital, y en la posición del protagonista de Tomando sol en la terraza, igual a la de La buena fama durmiendo, de Manuel Álvarez Bravo, y la gran presencia de La última cena en Asado en Mendiolaza (Córdoba 2001).

Hablando de sus influencias, él mismo se define como el fruto “de un romance entre Diego Rivera y Andy Warhol que en una noche de amor tuvieron un hijo no reconocido”. Es que aquel elemento de consumo tan cotidiano que Warhol captó a través de su Sopa Campbells, López lo reunió en la Inca kola (1999). Se trata de “una especie de pop criollo”, donde se entrecruzan lo europeo y lo latino, los jazmines y los yuyos de las verdes pampas, la pintura y la transpiración, los boliches del barrio de La Boca y las publicidades de la 9 de julio; el Gancia, la picada y la morcilla.

–La variedad de sus técnicas tienen que ver con el mestizaje de la argentinidad, de lo latinoamericano…

El mestizaje es nuestra fuerza. El eje de mi obra. El error. Lo local en relación con lo global. Por eso esta muestra se llama Vuelo de cabotaje. Es como tratar de describir el Aeropuerto de Sauce viejo, en Santa Fe, a las tres de la tarde de un día de verano cuando no hay vuelos que llegan ni que se van. Están solamente la empleada del bar, un gendarme y un solo empleado de Aerolíneas Argentinas. En la pista de aterrizaje hay una iguana tomando sol y nada más. Y por la televisión se ve el programa de chimentos de Jorge Rial. Ese desamparo emocional es el que trato de reflejar con mi obra. Una vez escribí “pienso en el olor de la maestra de primer grado, lo traslado a mis imágenes, y tengo la absoluta certeza de que estoy haciendo una crónica sociopolítica de mi época”.

–Trabaja mucho con la ironía, pero también con el dolor. ¿Cuáles son las temáticas, o los acontecimientos que lo llevan a tomar esos elementos?

En realidad, las imágenes de mi obra son producto de un exorcismo inconsciente, de mis emociones más profundas, sensoriales, intuitivas. Y de una necesidad, una vocación de hacer una crónica sociopolítica de un país, de una cultura, de un continente. Me interesa América Latina como gran tema. Cuando viajo a Europa, no llevo cámara de fotos. No tomo fotos; el humor y la ironía son caminos de aproximación al tema. Es como que me hago el simpático para que me dejen entrar a una fiesta en el restaurante VIP del Hotel Faena de Puerto Madero. Y una vez adentro, me subo arriba de la mesa y empiezo a gritar a los cuatro vientos mi manifiesto político–artístico. Me canso del humor y me canso del dolor. Pero vuelvo. Trato de dejar salir mi ternura. A veces puedo y a veces me cuesta un poco. Además, mi vida fue cambiando. Estoy más grande, tengo niños, ya no bailo más hasta las 8 de la mañana del lunes en las discotecas de cumbia que están a la vuelta de la estación Constitución, mi barrio, fuente de inspiración, escenario de mi obra artística. Actualmente, estoy trabajando en una película que se estrenará el año que viene. Es una película sobre la vida del compositor y poeta de Misiones Ramón Ayala, que es una excusa para adentrarme en la cultura del alto Paraná. En sus bares, sus bailantas, sus negocios de ropa trucha de Constitución, escenarios principales de la película.

López nació en 1958 en Santa Fe. Ingresó a la carrera de Ingeniería pero descubrió inmediatamente que eso no era lo suyo y la abandonó para dedicarse a la fotografía. Luego, también estudió cine en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba.

En su paso por La Plata destacó la importancia que tuvo esta ciudad en su formación: “Un día, en una revista leí que aquí habían formado una galería de fotografía, que era algo que no existía. Eran Helen Zout y Ataulfo Pérez Aznar. Me tomé un colectivo y fui a verlos, conocí entonces a Leopoldo Brizuela. En ese marco se generaban discusiones completamente claves en mi formación como artista; así que me tomaba un colectivo y llegaba a La Plata para hablar de fotografía cuando todavía no existía el mercado de arte fotográfico”. Fue a partir de esa experiencia que surgió el Núcleo de Intelectuales Fotográficos, del cual formó parte y por medio del cual se generaban ámbitos de discusión, y se realizaban también diversas exposiciones.

–¿Cuáles fueron los principales objetivos de ese grupo, dónde radicaban los principales debates?

Discutíamos la fotografía como lenguaje propio, como investigación. La gramática, la técnica, los temas. No había escuela de fotografía en esa época, nosotros mismos éramos nuestra propia escuela. Y en esa interacción nos mostrábamos fotos, aprendíamos entre nosotros. Nos juntábamos a hablar de una reflexión sociopolítica, socioeconómica, de lenguaje. Era un modo de ver hacia dónde ir con nuestra imagen. Y recuerdo las primeras discusiones con fotógrafos de Mendoza, de Mar del Plata. Es un recuerdo que excede lo afectivo porque tiene que ver claramente con mi formación.

Después de sus primeros trabajos en blanco y negro, los años 90 lo encontraron trabajando a puro color. Es que no es fácil convencer a este fotógrafo que se aburre rápidamente y necesita cambiar, transgredir todas las reglas. López sabe que la fotografía no debe envidiarle nada a la pintura porque tiene su propio lenguaje. Por eso toma elementos de ella y también de otras artes como el teatro y el cine. Sus fotografías son, en la mayoría de los casos, retratos, logradas a través de puestas en escena, pensadas durante mucho tiempo.

“El documentalismo clásico de Cartier–Bresson o Sebastián Salgado me cansó”, dice en forma contundente. “Como lenguaje es algo medio prehistórico. Yo entro y salgo de la fotografía. Me aburro. Además, sin proponérmelo, soy un provocador innato, me sale así. Es probable que dentro de cinco años me ponga a tomar fotos directas con una Leica y no haga más las complicadas producciones digitales que hago ahora. Me interesa usar el campo del arte para ser libre en la técnica, en la gramática, mezclar con el teatro, y luego trabajar digitalmente las imágenes. Luego las pinto encima con colores para llegar a un resultado que es una pseudo–pintura hiperrealista. El complejo de inferioridad histórico de la fotografía frente a la pintura lo incorporo a la obra”.

Es el caso de Asado…, una verdadera puesta en escena en donde López se convirtió en director teatral y dijo “agarrá el cuchillo y el tenedor, quedate quieto, mirá a cámara”, o cinematográfico, cuando dirigió a sus asistentes para lograr una iluminación artificial. Tanto, que muestra un cielo celeste, con nubes, paradójicamente irreal.

“Esto es una gran mentira y al mismo tiempo es una verdad”, afirma López sobre esa imagen cuyos personajes son todos amigos. “Una gran mentira porque la foto yo la hice en tres partes. Mientras fotografiaba a tres, los otros ocho comían asado con las esposas, con las novias. Después los hacía venir. Luego estuve con un retocador digital trabajando más de cien horas para que cada cosa estuviera donde yo quería. Y en esa falsedad finalmente hay un documento, que es la esencia de la fotografía: documentar una realidad. Esta foto, no lo digo yo, lo dicen los críticos de arte, documenta una textura socioeconómica, una cultura: los machos que hablan de fútbol, de chicas, de vino. La carne. La iglesia, cristo, dios, el cristo criollo…”.

–Lo documental y lo ficcional aparecen todo el tiempo y en diferentes planos. Como si hubiera distintas historias en una misma fotografía. ¿Por qué?

Soy muy intuitivo. Como dice Charly García de sí mismo, tengo un radar en la cabeza. Lo importante es la conexión con lo poético. Ser un médium. Buscar a través de las imágenes una mezcla entre El grito desgarrado de una bagualera en la Puna mientras cuida ovejas y mezclarlo con Andy Warhol y la cumbia electrónica de los prostíbulos de Iquitos. De esa mezcla sale algo delicado, refinado, poético. El refinamiento del mestizaje.

Hay mucho de autobiográfico en la obra de López: las emociones, el fútbol, la cultura popular, el interior. Él mismo lo dice cuando cuenta que iba un colegio de curas y que se ve plasmado en El cumpleaños de la directora, allí donde alumnos, profesores, el personal de seguridad y hasta el perro del colegio están a la orden del acontecimiento.

La obra de López es, en definitiva, un reencuentro de sensaciones a través de los diferentes retratos: el de un gaucho, el de una escuela religiosa, el de dos amantes, el de la “artesanía paraguaya”, el de la chatarra y la mugre en el Río de la Plata, el de la patria enferma y lastimada y hasta el de la “alegría” menemista que reflejó y denunció en su serie Pop latino a través de la estética brillosa y acartonada.

Marcos López se interesa por “las obviedades”, y se atraganta cuando las ve en vivo y en directo. Así lo grafica cuando recuerda los restaurantes carísimos de Puerto Madero y los chicos comiendo de la basura a pocos metros de los maître y la nouvell cuisine.

–¿Cuál sería la puesta en escena que prepararía para retratar la Argentina de hoy?

Norman Foster y Alan Faena comiendo en Puerto Madero en la terraza de un hotel, con un helicóptero bajando, atrás, y al fondo que se vean los paisajes del puerto. Esa sería la foto. Una vez más, un retrato con diferentes planos. Como siempre, López, provocando con sus personajes a la vez que con los fondos, que subyacen, que nutren la escena, que recrudecen esa fantástica realidad que sabe crear.

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